A la capital más visitada del planeta le sobran razones para encandilar: los mejores restaurantes, las tiendas más coquetas o rompedoras, su vivísimo ambiente multiétnico y una oferta cultural inabarcable, pero, sobre todo, un descomunal centro histórico deliciosamente conservado y cuajado de rincones románticos que, barrio a barrio, ha cimentado la convicción generalizada de que uno no puede irse de este mundo sin haberla callejeando antes a conciencia.
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